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3 Enero 2024 | |
Escrito por Valeria Suárez (Espejo) | |
Noticias UAI |
En la última década se observa en el mundo desarrollado una tendencia creciente de las empresas a abandonar la exigencia de un grado universitario para los distintos puestos de trabajo. La tendencia no es uniforme, pero es persistente. En un comienzo se manifestó en posiciones iniciales e intermedias en la industria tecnológica. En el último lustro, se ha ido extendiendo a altas posiciones en diversas compañías.
Esta tendencia se explica por una creciente contratación basada en habilidades y competencias antes que en credenciales específicas. Al inicio, se pensó que este fenómeno era más bien particular a Estados Unidos y que luego de la pandemia se iba a revertir. Sin embargo, se ha expandido a naciones como Gran Bretaña, Canadá, Alemania y Australia.
Los análisis que monitorean las ofertas de trabajo publicadas en distintas plataformas y medios sugieren que el retiro de la exigencia de grados universitarios se habría acrecentado en 2023. Accenture e IBM se presentan como ejemplos emblemáticos de esta tendencia, pero es algo que ha migrado a otras empresas tecnológicas y, también, a sectores como la banca, la aviación comercial e industrias de consumo masivo.
Esta realidad presenta un desafío para las universidades de otras latitudes. La conversación, cada vez más, gira en torno a las habilidades que deben desarrollar en sus estudiantes. Por cierto, aquellas no se adquieren en el vacío. En consecuencia, se desencadena el debate sobre cómo articular un programa de pregrado que contemple los conocimientos y competencias fundamentales de la disciplina que los estudiantes eligen al ingresar a una casa de estudio con otros contenidos.
En algunas experiencias se trata de habilidades específicas escasas, sobre todo como complemento de un pregrado más tradicional. En la mayoría de los casos son habilidades fundamentales como pensamiento crítico, rigor analítico, trabajo en equipo y gestión de proyectos complejos, organización para la solución de problemas, comunicación oral y escrita, negociación y persuasión o investigación y sistematización de información para una nueva tarea, entre otras, que no se estimulan suficientemente en programas muy especializados.
En cambio, todas ellas pueden profundizarse, por ejemplo, a través de un programa de artes liberales. La inclusión de esta mirada produce una sinergia enorme en la formación de pregrados orientados por la búsqueda de competencias profesionales. No sorprende, entonces, que muchas universidades de los países más ricos estén intentando articular formaciones de estas características.
Salvo excepciones, en nuestro país esa tendencia no parece estar presente. Un sistema escolar deficiente, como revela la última prueba PISA, y la ausencia de buenos programas alternativos quizás “protegen” a las universidades. Con todo, están ocurriendo transformaciones significativas. Entre 2011 (año de peak) y 2022, por ejemplo, la matrícula de primer año de las universidades se redujo en un 16%. El año 2023 esta volvió a crecer de manera importante, pero como consecuencia de una relajación significativa de los criterios para postular a ellas. Producto del aparentemente menor atractivo relativo de las universidades, la educación técnica superior pasó de representar un 46% de dicha matrícula en 2008 a un 57% en la actualidad.
Esta evolución no debería desligarse de los cambios que están ocurriendo en el mercado laboral. Para las personas de entre 25 y 34 años con estudios universitarios la tasa de empleo actual, según el INE, es casi tres puntos porcentuales más baja que en 2013. Asimismo, la información provista por www.mifuturo.cl muestra una tendencia a la baja en la tasa de empleo al primer y segundo año de egresados de las universidades.
El fenómeno es más acotado en las universidades y carreras más selectivas, pero también hay ahí algún efecto.
Por supuesto, es un fenómeno que afecta a otros grupos educacionales, pero el costo de la educación universitaria se ha incrementado de manera significativa en este período. Al mismo tiempo, a partir de la Encuesta Suplementaria de Ingresos (también la Casen), se puede comprobar una caída significativa en el premio a la educación universitaria.
En 2010, para el grupo etario entre 25 y 34 años el promedio de ingresos de una persona con estudios universitarios era 2,77 veces la de una con educación media completa. El año pasado esta razón se había reducido a 2,14 (respecto de las personas con educación superior técnica esta razón pasó de 1,99 a 1,64 veces). Este fenómeno no puede desligarse del débil crecimiento económico del país, pero en términos relativos los graduados universitarios no tienen las ventajas de antes.
Para las universidades chilenas, entonces, la pregunta de cómo agregarles valor a los jóvenes que las eligen es también muy pertinente.